lunes, 8 de mayo de 2017

DECÁLOGOS LITERARIOS

Este es un “decálogo” que escribí hace tiempo, y que se publicó en un libro de ensayo titulado La generación Z. A estas alturas parece que hacer su lista de consejos es un ritual que todo cuentista debe hacer, y que muchos hacen sólo por broma o por pose; yo creo que ninguno, por agudo o revelador que resulte, puede ser visto como un conjunto de reglas infalibles, y más bien todos son resúmenes de la experiencia de quien los escribe. Con esta salvedad, aquí va:
1.- No hay excusas que le sirvan al cuento. Si te interesa, practícalo, y si no déjalo. No te dará dinero, no te volverá una mejor persona, no te servirá de práctica para escribir una novela.
2.- Si lo vas a practicar, no te confundas: cualquier cosa en el universo sensible o en el interior puede ser el punto de partida de un cuento, de modo que te conviene hacer caso de las ideas que se te ocurran sin importar su procedencia. Tarde o temprano alguien te dirá que escribas de lo que sabes (es lo típico): haz caso, pero no pienses que “lo que sabes” se refiere sólo a tu casa, tu tía, lo que sale en tu tele. Tampoco pienses que debes ignorar invariablemente a tu casa, tu tía y lo que sale en tu tele. Tú sabes qué sabes (y si no, sólo tú podrás descubrirlo).
[2a. Si lo que sabes —lo que quieres decir— no está de moda, resiste y escribe sobre ello de todas maneras. Hazlo al menos una vez en la vida].
3.- Lee. Lee antes de escribir, después, en las pausas durante la escritura. Lee de lo que te gusta y de lo que no te gusta. Los que escriben pero no leen no son audaces: se les ve el hilo de baba.
4.- Toda historia propone un mundo y los personajes que lo habitan. El cuento también, pero como dispone de poco espacio –de poco tiempo–, da a veces la impresión de que sólo se ocupa de lo superficial, de los sucesos visibles. No es cierto: todo el trabajo adicional de creación, el de lo que no se dice, es para ti solamente, pero debes hacerlo. Mientras mejor conoces el mundo que estás inventando mejor puedes seleccionar lo imprescindible que debe contarse.
[4a. Habrá momentos en que el mundo, u otras historias, hagan parte del trabajo de  creación por ti: cuando escribas de “la vida real” o dentro de tu subgénero favorito.
Pero esos momentos serán mucho menos frecuentes de lo que tú desees].
5.- El cuento pide más imaginación de su lector: no tiene manera de darle todo ya masticado y digerido. Pero no esperes que el lector te dé todo a ti. Lo que no está en el texto no está en el texto: la buena voluntad de tus amigos lectores, los que explican las acciones inexplicables y teorizan por horas sobre lo que quiso decir ese párrafo mal redactado, no dura para siempre ni lleva necesariamente a que tus historias se entiendan como tú querías que se entendieran. Y más te vale asumir que los lectores desconocidos serán despiadados y no perdonarán errores ni omisiones.
[5a. Es cierto que existen los lectores estúpidos, los que se conforman con cualquier cosa. Pero escribir sólo para ellos, aunque puede llegar a ser muy provechoso económicamente, implica una dificultad adicional: hay demasiada competencia, siempre, y no son personas cuya compañía sea disfrutable].
6.- No sacrifiques todo al “avance” de la trama. Déjale eso a Hollywood. Contra lo que te enseñaron, el final no es necesariamente todo en un cuento: los finales de Hemingway y de Carver son muchas veces irrelevantes, por ejemplo, porque los cuentos de ellos se tratan de un desvelamiento –un descubrimiento gradual, una comprensión lenta y profunda– y no de una revelación sorpresiva.
7.- Ampliación del anterior: cada cuento pide su propia forma. Esto significa que una parte crucial del trabajo de escribir es volver a leer lo ya escrito y percibir esa forma. No será, casi nunca, la que imaginabas al comenzar a trabajar. No hay nada mágico en esto: la escritura es una representación de tu pensamiento, y en ese pensamiento pueden aparecer el azar o lo inconsciente (o la musa, o Dios, si así prefieres decirlo)…, de modo que en tu cuento en bruto puede haber muchos errores pero también hallazgos inesperados. (Hazlos tuyos; de hecho, ya lo son.)
[7a. Sí: acepta que nada te saldrá bien a la primera. El genio, si es que lo tienes, no está allí. Por otro lado, trabajar profundamente en tus cuentos es leerte a ti mismo en ellos. Y si esto te da miedo, más urge que lo intentes.]
8.- Deja de revisar un cuento cuando ya no recuerdes lo que querías decir con él. O, de preferencia, un poco antes. Si ya sólo estás moviendo palabras y signos de puntuación de un lado a otro, acepta que la idea se ha marchitado: guarda el cuento un par de años antes de volver siquiera a pensar en él o (mejor aún) tíralo y empieza otro.
9.- Recuerda el punto 3 y lee a Poe, a Hawthorne, a Maupassant, a O’Connor, a Borges, a Chejov, a Ford. A todos los grandes maestros, y también a los más nuevos. Lee a los “locos”, los “raros” y los “remotos”: a Harvey, a Levrero, a Queneau, a Pu Songling. Lee también a todos los que no mencioné y en los que ya estás pensando. Necesitas conocerlos, para buscar su amistad o (más saludable) para pelear con ellos.
[9a. Dicho esto, no pierdas tu tiempo con los que sólo son famosos, o sólo tienen poder. Tú sabes quiénes son.]
10.- Si las conoces bien, tú sabrás cuándo romper las reglas.
Tomado de: Monolito Revista de Literatura y arte. http://revistaliterariamonolito.com/3515-2/

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